En un eterno bochorno anual, Haití tiene dos estaciones, una seca de noviembre a marzo, y una de lluvias de abril a octubre, una temporada de huracanes, de junio a noviembre, y una interminable y sangrienta época de caos político que, en vez de definirse cada 12 meses en un calendario de enero a diciembre, se contabiliza por años, décadas o siglos.
Con una acumulación desde principios del siglo XX de hambre, pobreza, exclusión social, inestabilidad institucional, violencia, golpes de Estado, intervenciones armadas extranjeras, pandillas criminales y bandas paramilitares de variado signo, Haití cayó en 2024 a uno de sus más dramáticos escenarios de desastre generalizado y a un despeñadero con salida o desenlace con signos de alarma.
¿Será posible detener la aguda e incontrolable crisis actual que, en un pasado de endémica tragedia nacional detonó en julio de 2021 con el asesinato del presidente haitiano, Jovenel Moïse, empoderó a una red de temibles y sangrientas pandillas paramilitares —enemigas o aliadas entre sí— y se aceleró este año con un desgaste total que podría llevar al estallido de una guerra civil?
“El pueblo haitiano es pacífico”, recalcó el historiador y relacionista internacional brasileño Ricardo Seitenfus, jefe de la oficina de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Haití de 2009 a 2011 y exrepresentante especial del secretario general de ese organismo.
“Si se excluyen las formas de violencia en Haití [la política en campañas electorales y desde 2021 la de las pandillas], el pueblo haitiano demuestra ser muy pacífico. Si se buscan las estadísticas sobre el número de asesinatos por cada 100 mil habitantes, los índices de Haití son parecidos a los de Cuba: unos seis al año por cada 100 mil”, dijo Seitenfus a EL UNIVERSAL.
“Son los más bajos del mundo occidental. El problema no es que [Haití] sea una sociedad violenta: es una sociedad pacífica, trabajadora. Pero en los momentos políticos [hay fuerzas que] se aprovechan de esa situación y sobre todo cuando se tienen casi 300 partidos políticos que buscan el poder”, agregó.
Al destacar que “una excepción fue la aparición [en este siglo] de las pandillas”, subrayó que “eso fue por objetivos de derecho común, de ventajas financieras, de rescate [de secuestrados] y no es un movimiento político (…) No creo, entonces, que vaya a haber guerra civil en Haití. El pueblo haitiano no la quiere”, afirmó, al aducir que el vudú, una religión de origen africano con un profundo arraigo histórico, racial, social y cultural en Haití, influiría para evitar un conflicto bélico.
“El vudú tiene una importancia muy grande en la pedagogía de la sociedad, en los niños, los jóvenes y hay un respeto muy grande en los ancianos. Veo con optimismo que si conseguimos que los políticos haitianos entiendan que tienen que arreglar sus desafíos, tengan una mano dura contra las pandillas”, aseveró.
El conflicto haitiano registró este año una progresiva e incesante descomposición, se precipitó a la debacle cuando el 3 de este mes, las pandillas atacaron dos cárceles capitalinas y liberaron a miles de reclusos y, el 5, se lanzaron contra una academia policial. En un generalizado descontrol, en especial en Puerto Príncipe, la capital, las bandas criminales exigieron, y lograron anteayer, la renuncia del primer ministro, Ariel Henry.
Sin ningún margen de maniobra política y asediado por la comunidad internacional, en particular por EU, Henry dimitió anteanoche en una cita de la Comunidad del Caribe (Caricom) sobre Haití en Jamaica y aceptó que su gobierno se irá “inmediatamente después” de instalado un Consejo Presidencial de Transición.
“Haití avanza lentamente hacia un cambio importante en la gobernanza”, narró el diario Le Nouvelliste, de Puerto Príncipe, en su editorial de ayer. Haití “pasará” de Henry, “que tenía todos los poderes, sin ningún contrapoder, a un gobierno de múltiples cabezas con un primer ministro supervisado por un consejo (…) de siete o nueve miembros, algunos de los cuales serán observadores”, añadió.
Al plantear dudas, recordó que las bandas rechazaron la ruta de Caricom. “Tampoco está claro cuáles serán las reacciones de las pandillas, que se ven a sí mismas como hacedoras de líderes. Haití está emergiendo del reinado del rey Henry para adentrarse en lo desconocido de una nueva dimensión”, alertó.
Henry viajó a Kenia en vísperas del ataque a las prisiones, que lo sorprendió en ese país africano al que se desplazó para evaluar la resolución que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó el 2 de octubre de 2023 para enviar una fuerza multinacional de seguridad de un año de duración a Haití y que sería liderada por el gobierno keniano.
Ante la ausencia de gobierno en Haití, Kenia decidió ayer suspender el envío de policías. “Ha habido un cambio radical como resultado de la ruptura total de la ley y el orden y la renuncia del primer ministro de Haití”, alegó Kenia. Las pandillas impidieron desde la semana anterior el retorno de Henry, cuya fallida gestión se inició tras el homicidio de Moïse y con la meta de entregar el poder en febrero de 2024 tras realizar presidenciales, lo que tampoco se logró.
De regreso de Kenia, Henry ni siquiera obtuvo permiso de República Dominicana, que comparte por el este la isla La Española con Haití, en el oeste, para tomarla como base e intentar su regreso a suelo haitiano. Henry se instaló en Puerto Rico, mientras la violencia indiscriminada de las pandillas siguió.
La ONU reportó que la violencia pandilleril en Haití en 2023 dejó unos 4 mil 789 asesinatos de ambos sexos, con unos 2 mil 490 secuestrados, unos mil 689 heridos y con una de las más elevadas tasas mundiales de homicidios: 40,9 por cada 100 mil personas, lo que duplicó la cifra de 2022 y atizó el bochorno de los 11 millones 700 mil haitianos.
Agencias.