Por: Francisco López Vargas
Este domingo salimos a votar como lo hemos hecho cada vez que hay comicios. Las colas en las casillas eran verdaderas culebras que serpeteaban en las banquetas hasta la entrada del lugar designado. Sin embargo, esta vez hubo un ausentismo inesperado de los funcionarios de casilla que provocó retrasos, en algunos lugares hasta mediodía.
La gente salió en tropel a ejercer su derecho al voto. Quizá porque pensaron o creyeron que sería la última vez que podrían hacerlo, pero como ganó la candidata que propone regresar su organización, cuidado y realización al gobierno, como era antes, no sabemos si al darle también los votos para que tenga un Congreso con mayoría absoluta y pueda modificar leyes constitucionales seguirá pensado que los ciudadanos que no cobran por hacerlo, hacen demasiado cara las elecciones.
Claudia Sheinbaum pasará a la historia como la primera mujer que preside la hasta hoy República. Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez salieron la noche del domingo o madrugada del lunes a reconocer su derrota y desearle lo mejor a quien resultó ganadora de manera avasalladora.
Claudia ofreció mesura, diálogo, tolerancia y hacer un gobierno para todos, pero eso lo escuchamos igual hace cinco años y medio y resultó todo lo contrario: violación a las leyes, a la Constitución, gobernó parcialmente quien ofreció ser el presidente distinto, y se negó a cumplir con muchas de sus ofertas y compromisos de campaña.
La satanización de la autoridad electoral quedó demostrada que es falsa y que cumplió a cabalidad su función aunque el mérito es de la gente que no sólo dio tiempo y esfuerzo para contar votos e instalar casillas sino también para contar los votos y entregar los documentos oficiales.
Ese ejército ciudadano que cuenta los votos y que hace suya la elección es la que garantiza, más que el gobierno, que los resultados se respetarán y serán acatados de manera imparcial. Sin embargo, la desaparición de diputados pluris es una muestra de la falta de vocación democrática igual que la demonización de quienes osaron oponerse a su proyecto de gobiern.
No llego sola, dijo Claudia al agradecer el apoyo popular que la llevó al triunfo y veremos si ella si protege a las mujeres, ejerce como científica, no utiliza a la Fiscalía para violentar a quienes se le oponen, pero sobre todo, si seguirá con la extinción de los poderes autónomos que necesita el país como contrapeso al poder presidencial, enviadas al Congreso por López Obrador.
Una mujer presidenta debería ser aliento para que su sensibilidad provoque una pacificación, una reconciliación y un ánimo democrático que la lleve a dialogar con sus opositores, a mejorar la atención en salud y en el abasto de medicamentos. Sin embargo, las voces que dice que se radicalizará no dejan de mostrarla como una mujer dura, fría y hasta distante.
Claudia Sheinbaum tomará posesión el 1 de octubre como presidenta y hacemos votos porque con ella inicie una época de gobierno para todos y que las descalificaciones a quienes son críticos y observadores de su gobierno no se convierta en un nuevo periodo de denostación y censura a la libertad de expresión y los medios no afines a su propuesta de gobierno.
Apostemos a que quien llegó al poder presidencial por una votación mayoritaria tenga la grandeza de miras de dar resultados, que estos se midan y se contrasten y que el presupuesto no sea motivo de rapiña como lo ha sido con la familia presidencial actual que ha hecho gala de su influyentismo no sólo para ganar concursos sino también para duplicar y triplicar los presupuestas de las obras del gobierno como medio de enriquecimiento sin castigo.
No puede haber gobierno rico con pueblo pobre, decía el candidato que pasó a vivirse en un palacio virreynal y del que hemos visto a sus hijos enriquecerse con el cinismo de pedir pruebas a pesar de la evidencia que avasalla el desfalco.
Hasta hoy no sabemos si la pasada fue la última elección a la que asistimos; no sabemos si la Suprema Corte empezará el 2025 cómo la conocemos o será colonizada a golpes de nombramientos, si la Constitución será reformada al calor de la radicalización de la 4T y el segundo piso.
La destrucción del país es la herencia que recibe la nueva presidenta: déficit fiscal como nunca antes visto, endeudamiento para pagar clientelas electorales como se exhibe en documentos de la secretaría de Hacienda, ausencia de programas operativos para fiscalizar y organizar programas sociales, ausencia de proyectos ejecutivos en las obras del gobierno que tampoco reunen los permisos de impacto ambiental y menos los de obra de los gobiernos locales.
Ojalá dejemos de ver a la presidencia como el encargo en el que quien lo gana puede hacer lo que quiera, como quiera y porque puede. Hoy necesitamos un presidente que actúe con humildad, que reconozca los retos y que asuma compromisos que podamos medir. Si no es así, el segundo piso de la 4T será sólo la excusa para sostener otro sexenio la demolición nacional, avalada en las urnas