Por Eduardo Arévalo
Las elecciones del 2 de junio pasado confirmaron la hegemonía guinda con elementos sumamente parecidos a la predominante en el siglo XX, salvo la falta de límites propios, reglas no escritas y códigos de proceder, que hicieron de la época del PRI, una de estabilidad y civilidad política.
El presente texto abordará dicho elemento, importante de observar en la nueva realidad en la que cohabitaremos en un sistema político, que como se mencionó carece de estos, propios de sistemas de mayoría casi absoluta como el actual en México: los límites personales e institucionales.
Los análisis y numeralia han servido de poco ante la abrumadora mayoría del Morena en casi todos los niveles, pero que salve mencionarse, fue preparada para acogerse con mucho antelación, mediante el aparato publicitario oficial y de propaganda para construir la percepción de triunfo anticipada.
El sexenio que concluye y que fue el constructor, operador y legitimador del que está por iniciar, fue adjetivado de diversas formas, pero me parece que la más adecuada es la de “populista”, en la concepción de exaltación de la baja cultura y del comportamiento de las masas (en algún libro que me disculpo no citar, anoté dicha breve definición).
La lógica de actuación del gobierno y estilo personal de gobernar de Andrés Manuel, es la de un populismo de centro-izquierda que en aras del control total, evitó llevar a la agenda temas trascendentales pero que por polémica podrían generar debate, innecesario a su entender, como el aborto, legalización de la mariguana, entre otros.
Fiel a su naturaleza de animal político, su misión, además de trascender en los libros de historia como el fundador de una nueva etapa en el sistema político mexicano, fue la de desmantelar las instituciones del “viejo régimen” para construir el nuevo, con una lenta implosión a tientas.
Es en este punto donde los límites propios de actuación fueron omitidos, pues si bien los 35 millones de votos con los que arriba Claudia Sheinbaum le otorgan legitimidad, el dirigente y dominante en términos gramscianos, ya no será el redentor fundador y como es bien sabido en nuestras enfermizas democracias, la legitimidad suele ser un ave de paso.
Menciona con asertividad en días pasados Antonio Navalón en El Financiero sobre este mismo punto, en que la clave de la efectividad del gobierno de Sheinbaum, será la de definir límites, tanto para su proceder desde el gobierno como para el de la influencia externa, agrego, que naturalmente habrá de resentir de sus muy propios más que de extraños.
Los objetivos del gobierno de la próxima presidenta con menos tintes épicos, al menos en apariencia, deben ser los necesarios para hacer un buen gobierno con efectividad, resultados y rendición de cuentas, en el que el establecimiento de límites propios será primordial.
La extralimitación del ejecutivo como en el intento de reforma al Poder Judicial por la vía de consulta, en la que hay señales encontradas de apertura e imposición, envían mensajes incorrectos que han tenido repercusiones como la de la reunión del titular de hacienda en Londres recientemente.
Los límites que Claudia Sheinbaum deberá respetar en términos legales e institucionales, además de establecer los propios en el actuar, no sólo serán sanos, sino le permitirán cumplir su labor al mismo tiempo que evitar el continuo estad de combate al interior del partido movimiento.
El poder casi absoluto como es ampliamente aceptado, corrompe absolutamente y en la coyuntura actual en la que Morena requerirá o al menos mostrará poco tránsito y diálogo con la oposición, puede llevar a imposiciones con tintes autoritarios e indeseados por todas y todos.
El punto anterior lleva a reflexionar en torno a otro elemento vital del sistema política mexicano actual y su composición: los gobernados.
La conformación del nuevo paradigma y su proceder, no puede entenderse sin comprender la lógica en la toma de decisiones del mexicano promedio.
Las diferencias entre la hegemonía del PRI en el siglo pasado y la naciente del Morena-Obrador, aunque de temporalidad, encuentran vasos comunicantes desde lo social, al ser un reflejo de la conformación de nuestra sociedad, sus pautajes culturales y voluntad política, que se traduce en resultados, en ocasiones inesperados.
La estrategia morenista de supuesto empoderamiento del “pueblo” , que sin terminar de dilucidarse quienes lo conforman, permitió que todo aquel que se identifique con el régimen desde el acuerdo informal de lealtad electoral mediada por el otorgamiento de programas sociales, legitime la continuidad del Obradorismo por al menos seis años más.
Las hegemonías mexicanas mencionadas pueden encontrar símiles con el peronismo argentino en el periodo Kirchnerista, en el que una gran base social resistió hasta el hastío, abusos de poder y situaciones económicas adversas a cambio de los denominados “planes” o programas sociales.
El sentimiento de sorpresa ante resultados no esperados, debe hacernos reconocer que el elemento “pueblo”, su composición cualquiera que fuere, comportamiento político y social, es de suma importancia al momento de intentar descifrar el paradigma sistémico imperante.
Al respecto y volviendo al peronismo, el antropólogo argentino A. Grimson en ¿Qué es el peronismo? menciona que “no existen fenómenos políticos sin correlación” (Siglo XII, 2019), es decir, no se puede entender al morenismo mexicano, ni entender al mexicano mismo.
El sistema gobernante y su arribo al poder, nos recuerda como el mismo Grimson apunta al analizar el peronismo hegemónico, que “es un producto de la cultura política…y a la vez un factor decisivo en su conformación”.
El sistema actual es reflejo de la cultura política persistente en el grueso de nuestra sociedad, formada en el paternalismo estatal y acostumbrada a una lógica de toma vertical de decisiones en el gobierno, que por muchos años brindó desarrollo, apelando a los límites que hoy se abordan y que tanto preocupan.
Las pulsiones anti pluralistas y anti democráticas, se encuentran latentes, aceptémoslo, sometiendo la voluntad de decidir libremente a cambio de sufragar en automático y en aras de preservar los “planes” a la mexicana, a la vez que castigar a la casta política que hoy se envía a la palestra desde las mañaneras.
El intento de comprender el sistema y su férreo mantenimiento por el poder, tiene como principio ineludible reconocer los errores, excesos y omisiones de una clase política que aún con elementos de suma valía y preparación, se olvidó de hacer política y como sentencia el poema de Machado, “fue hecha en contra suya”.