Columna: Nuevos apuntes para la primavera campechana

Por: MARGARITA ROSA ROSADO M.

Seguimos sorprendiéndonos a nosotros mismos. Ahora no fuimos 15 mil, esta vez fuimos 20 mil los que inundamos el malecón de la ciudad capital el sábado pasado (y hago un paréntesis, estoy horrorizada después de leer a mi amigo Paco López respecto de que le van a mochar dos carriles al malecón para poner un tren interurbano para conectar la ciudad con el tren falla, y no, no es error de dedo, favor de dejarlo así. Y todo como se estila en la 4T, calladito para que nadie se entere, al cabo palo dado ni Dios lo quita. Habrá que tomar de nuevo las calles, esta vez en defensa de la vía preferida de los campechanos para manifestarse).

Pero regresemos al principio. La verdad, no creí que tuviéramos que volver a tomar la calle. Uno pensaría que la necedad, la soberbia, la cerrazón, la insensibilidad, tienen un límite, que así fuera por simple cálculo político, por conveniencia de cara al proceso electoral, por dejar de ser portada en medios y redes nacionales, se buscaría una solución política, negociada, donde nadie gana todo y nadie pierde todo. Esa es la política, el arte de lo posible, el arte de la negociación, de ceder en unas cosas para ganar en otras dejando a las partes satisfechas, quizá no completamente pero con la sensación de que lograron algo, que fueron escuchadas y que aquí no hay nada personal. Se acabó el problema y cada quien a lo suyo.

Lamentablemente, no parece que el conflicto esté tomando ese rumbo y la ciudadanía lo nota y se impacienta; el gobierno del estado dice que estamos mejor sin policías y no manifiesta interés en moverse de su posición, que es seguir exactamente como está todo, bueno, perdón, corriendo a los “revoltosos”, a los “cabecillas” y echando todo el peso del origen del conflicto, no a lo sucedido en Kobén y a las condiciones precarias e  indignas en que trabaja el cuerpo policiaco, sino a los villanos favoritos de esta administración, Alito y Eliseo.

Me pregunto qué sería de la 4T sin el pasado reciente, y perdón que parezca que me salgo del tema pero no es así. Cinco años de gobierno y el presidente sigue echando la culpa de todos los males del país, incluida la violencia más desbordada que nunca antes, a los gobiernos anteriores. Y como apegarse al guion del presidente siempre es buena idea para los morenistas, aquí no van a ser menos, Alito y Eliseo son los causantes del conflicto, los que le soplan al fuego, los que azuzan a 20 mil campechanos y campechanas a marchar un sábado por la tarde llevando un féretro que decía “2 de junio. Voto de castigo”, tómese nota.

No tenía idea de que Alito y Eliseo eran taan poderosos. Uno, escondido quién sabe dónde, con una orden de aprehensión encima y el otro, con demandas variopintas en el solar nativo y con una campaña presidencial y congresional que atender, se dan tiempo para urdir conspiraciones y atizar conflictos. Eliseo y Alito deberían revalorar sus potencialidades, a este paso, si se aplican, hasta podrían resolver el conflicto de Gaza y no se diga la guerra en Ucrania. Es más, tarde se le está haciendo al presidente Biden para contratarlos como estrategas de su campaña.

Mientras, el gobierno del estado se apega al discurso del “aquí no pasa nada” y, como el amado líder, recurre a la mentira y la descalificación, que si hasta mil pesos daban a quien fuera a la marcha (protesto, a mí nadie me dio nada, ni un refresco), que si los líderes de los revoltosos tienen casas y terrenos en el sur del estado, que si la marcha fue un acto anticipado de campaña donde los policías pasaron a segundo plano, que si trajeron camiones de Tabasco para engrosar la marcha. Todo antes que ver la realidad. Todo antes que negociar de manera madura y seria.

¿Cuánto más tendrá que pasar para que se atienda una demanda que ya es ciudadana y no solo del cuerpo policiaco? ¿Qué más irá a pasar? No lo sé, pero lo que sí sé es que, en efecto, nos vemos en las urnas el 2 de junio, cuando el enojo y la frustración puede convertirse en voto de castigo para un gobierno que desprecia a su ciudadanía. No hay peor ciego que el que no quiere ver y este parece ser el caso.