Por: Héctor Quintero Montiel.
La funesta sombra de una tercera Guerra Mundial se cierne sobre nosotros, un espectro que no se disipará hasta que las aguas vuelvan a su cauce y surja un adalid, un diestro conductor, conocedor de la realidad internacional, conciliador, sosegado, respetado, ponderado. Europa está en llamas debido al conflicto en Ucrania, con una OTAN vacilante, al borde de una participación total en éste, un paso que podría sumergir inevitablemente a todo el continente en una guerra totalmente evitable. Un conflicto bélico con un costo de billones de dólares, que ofrece vencedores, pero ningún ganador real. Rusia, respaldada por China, Irán y Corea del Norte, ha formado alianzas en represalia. Es crucial tener en cuenta que Rusia, China y Corea del Norte son todas potencias nucleares, con Irán, Pakistán e India no muy lejos.
El Medio Oriente está actualmente envuelto en un absoluto caos. Hamas lanza ataques contra Israel desde el sur, arrastrando a aliados globales a este conflicto innecesario desde ambos lados. Hezbollah, ahora arraigado profundamente en el Líbano, está por partes implicado en ataques contra Israel desde el norte. Cisjordania se vuelve cada vez más agresiva en su búsqueda de la aniquilación de Israel. Todo esto financiado y sostenido por Irán, quien ha iniciado ofensivas dentro de Siria, Irak y Pakistán. Yemen, también financiado por Irán, ataca a los buques de Estados Unidos y Reino Unido en el Mar Rojo. Turquía ha agredido a los kurdos y ahora los militantes en Irak están llamando a la destrucción de Israel.
En la región de Asia-Pacífico, China está mostrando su fuerza para una posible guerra con Taiwán si se niega a convertirse en un estado títere. Corea del Norte ha atacado recientemente una isla surcoreana. El hilo común en todos estos conflictos es Estados Unidos. Las políticas exteriores ineficaces de Estados Unidos en los últimos años han alterado las dinámicas de poder de forma que han puesto al mundo en un peligro sin precedentes. Estamos más expuestos que nunca, sin voz, con solo dinero para alimentar el sufrimiento humano visible.
En África, la situación es igualmente grave. La región del Sahel está infestada de grupos yihadistas que están aprovechando el vacío de poder dejado por Estados Unidos y sus aliados. En Libia, la guerra civil en curso continúa desestabilizando la región, con Rusia y Turquía compitiendo por influencia. El Cuerno de África también está amenazado por militantes islamistas, siendo Somalia el epicentro de este conflicto. En América del Sur, la situación en Venezuela sigue empeorando, con Rusia y China apoyando al régimen de Maduro, mientras que Estados Unidos y sus aliados respaldan a la oposición. Esto ha llevado a una crisis humanitaria de proporciones épicas, con millones de venezolanos huyendo del país.
Las razones de ese retroceso de las democracias son conocidas. Un modo de producción fabril desfasado, un modo de producción digital que irrumpe destruyendo antiguos vínculos sociales sin sustituirlos por otros; una globalización que acerca a los mercados, pero aleja a sus actores de sus lugares de origen; masas migratorias, surgimiento de partidos políticos nacionalistas y racistas por doquier. Esa crisis se manifiesta en el aparecimiento de gobiernos, muchos democráticamente elegidos, los que lentamente se han ido convirtiendo en democracias autoritarias, en autocracias e, incluso, en dictaduras.
El mundo se tambalea al borde de un conflicto global, y Estados Unidos, quien una vez fue la potencia estabilizadora del mundo, ahora es solo un mero espectador. La ausencia de una política exterior fuerte y decidida ha dejado al mundo en un estado de caos e incertidumbre. Estados Unidos debe recuperar su papel de liderazgo, no solo por su propia seguridad, sino por la estabilidad del mundo.
La democracia estadounidense, una vez paladín de la democracia y pacificador global, se ha convertido en un financiador pasivo frente a conflictos en escalada. Su retirada de acuerdos y tratados internacionales sólidos, y la adopción de acuerdos defectuosos, junto con su enfoque de «Estados Unidos primero», ha dejado un vacío de poder que está siendo llenado por regímenes autoritarios. La falta de una política exterior clara y coherente ha fortalecido a estos regímenes para actuar con impunidad. Débiles en el extranjero y aún más endebles en casa, habiendo perdido por completo su propia brújula moral.
Estados Unidos debe reencontrarse con sus aliados, reconstruir sus alianzas, primero encontrando su propio fundamento ético y luego comprometiendo a otros con sus obligaciones internacionales. El mundo debe enfrentar a regímenes autoritarios, apoyar movimientos democráticos. También debe abordar las causas fundamentales de estos conflictos, el socialismo, el comunismo, el populismo y el fascismo, entre otros como la pobreza, el atraso.
El mundo necesita desesperadamente un baquiano que pueda navegar en estos tiempos turbulentos y conducirnos lejos del borde de la Tercera Guerra Mundial. Estados Unidos, con sus antiguos recursos e influencia, no está en posición de asumir este papel hasta que no subsane lo que se ha roto en casa. Porque los Estados Unidos son una nación dividida, han creado un mundo que ahora está más fragmentado que antes; como en el pasado siglo, ha llegado la hora de los demagogos, de los mesías redentores, de los falsos profetas. Se debe actuar rápidamente y de manera decisiva, porque el tiempo se agota y las apuestas nunca han sido tan altas. Como bien decía el presidente Franklin D. Roosevelt “La grandeza de Estados Unidos se basa en principios. No en una personalidad cualquiera “. Cuando los rescatemos, regresaremos a un mundo de convivencia, diálogo y viviremos más tranquilos.