Por: Héctor Quintero Montiel
“Se nos olvida sistemáticamente que la guerra es también un negocio. No ha habido conflicto bélico que no incorporara una maquinaria recaudatoria que inclina la balanza económica hacia los sectores más dañinos del poder, llevando a la miseria a la población mientras enriquece a una élite indiferente y sagaz. Sucede de manera idéntica con la educación, si es convertida en un negocio termina por establecer una sociedad civil cortada en lonchas de intereses y estratos desiguales de condición”. David Trueba Si alguien vende paraguas, impermeables o botas, le convendría que llueva a menudo. A cántaros, en lo posible, por más que las tormentas provoquen inundaciones y otras desgracias. En ese plan, las empresas fabricantes de armamento y equipo militar sonríen frente a la tragedia ajena. En 2023, una de cada seis personas en el mundo ha estado expuesta a un conflicto armado, según el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB). No solo se trata de las guerras en Ucrania y en la Franja de Gaza, sino de otras, más de 50 en curso, por las cuales el gasto mundial en defensa ha crecido como nunca luego de la Segunda Guerra Mundial. Tanto la lluvia como la guerra deparan cuantiosas ganancias por el aumento de la demanda de paraguas, impermeables, botas, tanques, aviones, drones, mísiles, arsenales y municiones. La necesidad de combate en ambos casos crece a medida que se multiplican las tormentas y los tormentos.
La guerra no solo dispara balas y misiles, sino también acciones en Wall Street. Nunca, después de la Segunda Guerra Mundial, los gastos en defensa en todo el mundo se habían incrementado en forma tan excesiva. La compañía norteamericana Lockheed Martin, la mayor exportadora de armas del mundo, vio crecer su capitalización bursátil más de un 10 % desde la masacre terrorista de Hamas en Israel. Otros pesos pesados de la industria armamentística norteamericana, como Raytheon Technologies, Boeing, Northrop Grumman y General Dynamics, también se frotaron las manos. La represalia de Benjamin Netanyahu tuvo coro en Estados Unidos, cuyas compañías armamentísticas dominan el mercado mundial con un 51 %. Muy por detrás, enumera Bloomberg, quedan China (18 %), Reino Unido (6,8 %), Francia (4,9 %), Rusia (3 %), Italia (2,8 %), Israel (2 %), Alemania (1,6 %), Japón (1,5 %) y Corea del Sur (1,2 %). Un negocio de millones y millones que disparó balas, misiles y, también, acciones en Wall Street. Treparon a las nubes. Otro tanto ocurrió en Europa con la contratista militar británica BAE Systems, la italiana Leonardo, la alemana Rheinmetall, la transeuropea Airbus, la española Indra y las francesas Thales Group y Dassault Aviation Group. Un informe de Goldman Sachs advertía en 2023 que las ganancias de esas empresas no se habían registrado en un siglo. Las recientes tensiones entre Hamás e Israel han destapado, una vez más, el rentable negocio que se esconde tras el humo y el fuego. Por la naturalización de las guerras en Ucrania y en la Franja de Gaza; la expulsión de los armenios de Nagorno Karabaj, y la sucesión de golpes de estado en África, sino también en Burkina Faso, Etiopía, Myanmar, Nigeria, Siria, Somalia, Sudán, Yemen y otros agujeros negros. Punto de partida de dos de cada tres refugiados en el mundo, entre otros conflictos documentados por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS).
La OTAN está dispuesta a invertir en armas seis veces más que en 2014 tras las amenazas de Donald Trump, precandidato presidencial de Estados Unidos, de tomar represalias si sus miembros no aportan el 2 % del PBI al rubro defensa. El gasto militar aumentó un 9 % en un año. Batió un récord: 2,2 billones de dólares. Lo impulsó la OTAN en 2023, el más mortal por conflictos armados desde el genocidio de Ruanda en 1994. Fue en respuesta a la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones con China. “La actual situación de seguridad militar presagia lo que probablemente será una década más peligrosa, caracterizada por la aplicación descarada por parte de algunos del poder militar para perseguir reclamos”, resume el IISS en un estudio titulado La era de la inseguridad. La que nos toca vivir mientras prospera un negocio. Un negocio de mala muerte. La guerra, lejos de ser simplemente un enfrentamiento ideológico o territorial, es también un lucrativo negocio para algunos. Mientras los ciudadanos comunes lloran la pérdida de seres queridos y ven sus hogares destruidos, hay quienes celebran incrementos en sus acciones y balances positivos en sus cuentas. Es una realidad sarcástica y cruel, indispensable de reconocer si alguna vez aspiramos a un mundo más pacífico y justo. La pregunta es: ¿cuánto más deberá sufrir la humanidad antes de que este negocio de la destrucción llegue a su fin? Las refriegas, los conflictos bélicos se han transformado en un signo de menosprecio de las leyes internacionales y de los derechos y compromisos de ellas derivados. El mundo ha cambiado y cada día surgen nuevas contiendas y disputas sobre las cuales desconocemos su trayectoria y su desenlace.