Por: Rubén Aguilar.
Los obispos mexicanos, como lo hacen cada mes, enviaron a los sacerdotes del país el texto de la Oración de los fieles que debería leerse en todas las misas del domingo 17 de marzo, el quinto domingo de la celebración de la Cuaresma.
En el documento que enviaron, reproducen una cita del documento Agenda Nacional por la Paz: “¿Qué país es este que se ha acostumbrado a la muerte cotidiana, a la corrupción, a la impunidad, y al fracaso de sus instituciones? ¿Cómo nos convertimos en esta sociedad que tolera y se resigna al miedo, egoísmo e indolencia; a la ineptitud de sus gobernantes y a relacionarnos haciendo daño?”.
En la mención de entrada de la oración que se leyó el pasado domingo en todas las misas se dice: “Por la conversión de una narcocultura hacia una cultura de la vida”, es decir, una conversión hacia la “civilización del amor, resaltando la esperanza que no escatime esfuerzos hacia dinámicas de fraternidad arraigadas en el Evangelio, para construir un País más justo y reconciliado”.
Y continúa: “De frente a los fenómenos sociales de violencia y desigualdad social [manifestación de la decadencia de un Estado fallido y corrupto que favorece y coquetea los excesos de lo que nunca se tuvo, por medios fáciles y violentos, llegado hasta el extremo de generar una narcocultura], el estar aquí congregados en torno a la Eucaristía y la palabra nos hace vivir en comunión, solidaridad y servicio como auténticos discípulos de Jesucristo, que viven los valores del Evangelio para ser constructores de la Civilización del amor, que erradique el colosal imperio de todo aquello que atenta contra la dignidad de los ciudadanos”.
Acá transcribo parte de cinco de las seis peticiones que se leyeron en las misas del domingo en todo el país:
Por los que nos gobiernan, para que en medio de las situaciones complejas de ingobernabilidad en que vivimos, protejan y prevean de oportunidades educativas, deportivas y económicas (…), de tal manera que los más desfavorecidos no pierdan el respeto a sus propias personas que los hacen presa fácil de la narcocultura.
Por los que lucran con la droga y la violencia, por aquellos que anhelan ser importantes y de respeto en sus comunidades, buscando llenar el vacío en que han vivido, para que acaben con esa explotación comercial que solo genera violencia familiar y social.
Por todos los ciudadanos que tienen la posibilidad de votar en las próximas elecciones de junio, para que ejerzan este derecho, venciendo el pesimismo -principal aliado del populismo-, conscientes que fuera de la democracia no hay libertad, ni paz, ni progreso, ni civilización (…).
Por quienes son víctimas de la narcocultura, fenómeno de diferenciación social que genera contraste entre tener poco y tenerlo todo, para que en medio de las manifestaciones que exaltan las hazañas de violencia y el crimen, que contradicen la paz y la nobleza de vida (…).
Por todos nosotros (…) para que ante todo aquello que atenta contra la dignidad de las personas: la corrupción, la narcocultura, la explotación comercial y las vidas en exceso que exaltan el ego, inculquemos en el seno de nuestras familias todo lo que reconstruye y promueve la dignidad humana.
La Iglesia católica en lo general, a partir del asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, el 20 de junio de 2022, en la Sierra Tarahumara, empezó de manera pública y visible a interesarse por el problema de la seguridad en el país y por la forma de restablecer la paz perdida. En las últimas semanas se ha intensificado su presencia.